SAN JUAN DIEGO Y EL APOCALIPSIS GUADALUPANO
San Juan Diego |
|
|
San Juan Diego es un
indio chichimeca de clase social baja, hombre
del campo, que tiene 48 años en el momento de la aparición. Es viudo
desde hace pocos años y vive con un tío mayor que él. Su nombre anterior al
Bautismo Cuauhtlatoatzin significa el águila que habla, que de
algún modo le relaciona con San Juan y el modo de representarlo como evangelista.
Su fisonomía quedó reflejada en los ojos de la Virgen plasmados en la tilma.
Los estudios de finales del siglo XX[1] han permitido realizar una
aproximación bastante cercana.
En algún momento
entre 1521 y 1531 se ha bautizado y cuida su formación doctrinal con asistencia
periódica a clases que se impartían al menos en sábado y domingo. Asistir a
estas clases le exige el esfuerzo de caminar desde su casa una hora y media
hasta el centro de la ciudad de México. Tenía gran estima por los sacerdotes
que le impartían la doctrina a los que considera que son las imágenes de Nuestro Señor[2] y los amados de Nuestro Señor[3]. El domingo, segundo día
de las apariciones, da una muestra de gran sentido común pues no inicia las
gestiones del encargo de la aparición hasta que no ha asistido a Misa y a sus
clases de doctrina católica.
Después de la
sorpresa inicial, su actitud es creer con sencillez lo que ha visto, obedecer
con diligencia y cumplir lo mejor posible el encargo recibido. Tras la primera
entrevista con el obispo observa el rechazo a ser creído por el hecho de ser él
una persona de humilde condición. La
solución que ofrece es ser relevado del encargo: mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía, que a alguno de
los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que
conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean.
Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy
cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar
de mí andar ni de mí detenerme allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija mía
menor, Señora, Niña[4]. Sin embargo la Virgen no acepta su dimisión y él
retoma su encargo. "Señora mía, Reina, Muchachita mía, que no angustie
yo con pena tu rostro, tu corazón; con todo gusto iré a poner por obra tu
aliento, tu palabra; de ninguna manera lo dejaré de hacer, ni estimo por
molesto el camino. Iré a poner por obra tu voluntad, pero tal vez no seré oído,
y si fuere oído, quizás no seré creído"[5].
La
segunda entrevista con el obispo abre un punto de luz al pedir este una señal.
El obispo muestra una prudencia lógica. La Virgen accede a dar una señal y
queda para la mañana siguiente con Juan Diego. Sin embargo, una circunstancia
imprevista altera los planes. El tío de Juan Diego enferma de una de aquellas
enfermedades que involuntariamente intercambiaron las dos culturas. Aquel virus
lo habían traído los españoles y producía fuertes diarreas y dolores que en 48
horas acababan con la vida de los indígenas que se contagiaban. En los diez
años que llevaban de convivencia ya habían visto con suficiente frecuencia el
caso como para valorar la gravedad de la circunstancia. La medicina no tiene
nada que hacer por tanto urge preparar el alma. Juan Diego y su tío Juan
Bernardino, como buenos cristianos dan prioridad a la recepción de los últimos
sacramentos. Los pocos sacerdotes que hay viven en México. Avisar para que
venga uno de ellos es la prioridad absoluta
para que vaya a confesarlo y a prepararlo, porque en realidad para ello
nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte[6].
Juan
Diego, con absoluta lógica humana, decide que primero nos deje nuestra
tribulación[7]
y después volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita
mía. Y, al encontrársela en el camino se disculpa y muestra la urgente
necesidad en que se halla. Te ruego me perdones, tenme todavía un poco de
paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana,
sin falta, vendré a toda prisa[8]. Sin embargo la
Virgen le hace ver que la lógica divina y correcta es hacerle caso a Ella, pues
de ese modo será como más pronto le va a dejar la tribulación que le angustia.
Esta
enseñanza aunque parezca aparentemente intemporal, está de nuevo especialmente dirigida
a los tiempos del Apocalipsis. Dios al primer pueblo elegido le pidió la obediencia
a la Ley divina que le entregó en el Sinaí. Aceptar aquellos diez mandamientos en
su vida y ordenamiento social era el camino que Dios les pedía y en él que encontrarían
tanto la felicidad personal como su destino como pueblo. Al segundo pueblo de
Dios, los cristianos, Dios pide adicionalmente la entrega de su vida unida a la
Cruz de Jesucristo en una tarea de corredención del género humano. Sin embargo,
para llegar a formar parte del tercer pueblo, que surgirá tras los acontecimientos
del Apocalipsis en la tierra nueva[9], existe una
tercera condición que Dios exige: la sumisión perfecta de la inteligencia del
hombre a su divina Voluntad y a sus planes, pues los incrédulos[10] no
entrarán a disfrutar de esos nuevos tiempos.
Aparentemente
la razón y la voluntad del hombre alcanzan su cenit en la independencia
absoluta de Dios. La historia llega así a coronar a la diosa razón en la
catedral de París, como gran triunfo de la libertad y otras ideas que animaron
la Revolución Francesa. El racionalismo así instaurado establece históricamente
leyes contrarias a las de Dios en todos los países y especialmente en la
segunda mitad del siglo XX. Son tiempos en los que el hombre enfrenta su ley a
la de Dios. La sociedad no admite ya otro legislador que la que dicta la diosa
razón. Por el contrario, la historia de la Virgen de Guadalupe muestra que lo
que hace al hombre perfecto y feliz es su dependencia de Dios, hasta en los más
mínimos detalles. Juan Diego actúa razonada pero equivocadamente, porque olvida
el poder de Dios. Ni siquiera la memoria de haber visto el paraíso y la visión
celestial ayuda a su discurso. Es la Virgen la que le hace recapacitar la verdadera
realidad de la circunstancia por la que atraviesa: que no es nada lo que te
espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón. No temas esta enfermedad ni
ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante, aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que
soy tu Madre? [11]
Para
mostrar que este mensaje es apropiado a los tiempos del Apocalipsis en que no
habrá ya muerte, ni habrá llanto[12]
le da la señal adecuada en este sentido: que no te apriete con pena
la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá[13]. Es lo mismo que
había hecho con el hijo del vaquero de Extremadura, con los cautivos de las
huestes musulmanas y con el pueblo romano en tiempos de San Gregorio Magno cuando
acudieron a Ella.
Históricamente los milagros más específicos de la advocación
de Guadalupe están ligados a la victoria sobre la muerte corporal y a la
liberación de cautivos cristianos de las prisiones musulmanas. Ambos tipos de
milagros parecen desconectados entre si, pero al profundizar un poco más vemos
que la
muerte es una servidumbre que forma parte de nuestra esclavización al demonio
porque todo el que comete pecado es un esclavo[14] y el
salario del pecado es la muerte[15].
En efecto por
envidia del diablo entró la muerte en el mundo[16] como
consecuencia del pecado original. Jesucristo, anunciado por la doncella
encinta
de Guadalupe, viene a liberarnos del pecado pues es el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo[17] y en Él
estaba la vida[18]. La obra de la
Redención nos rescata y nos devuelve la libertad en forma de vida plena, en su
triple dimensión espiritual, anímica y material.
La culminación de la
historia de la Redención ocurrirá al final de los tiempos apocalípticos. En
esos tiempos difíciles de nuevo el Dragón a través de sus dos Bestias impondrá una esclavitud adicional material y
espiritual pues se le concedió (...) hacer que fueran exterminados cuantos no adoraran la
imagen de la Bestia. Y hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres,
libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y que
nadie pueda comprar nada ni vender, sino el que lleve la marca con el nombre de
la Bestia o con la cifra de su nombre[19]. El mensaje de Guadalupe,
a partir de su historia completa, nos habla de protección para esos tiempos difíciles
de modo que al recibir la luz de su Hijo, que Ella trae a raudales, formemos
parte de aquellos a quienes les dio poder de venir a ser hijos de Dios[20], cuyo nombre está
inscrito (...) en el libro de la vida del Cordero degollado[21].
___________
[1] Aste
Tönsmann, J (1998) El Secreto de sus ojos. Ed. Tercer Milenio. México. 144
págs.[2] Nican Mopohua 28 [3] Nican Mopohua 113 [4] Nican Mopohua 54-55 [5] Nican Mopohua 63-64 [6] Nican Mopohua 113-114 [7] Nican Mopohua 102 [8] Nican Mopohua 115-116 [9] Apocalipsis 21, 1 [10] Apocalipsis 21, 8 [11] Nican Mopohua 118-119 [12] Apocalipsis 21, 4 [13] Nican Mopohua 120 [14] Juan 8, 34 [15] Romanos 6, 23 [16] Sabiduría 2, 24 [17] Juan 1, 29 [18] Juan 1, 4 [19] Apocalipsis 13, 15-17 [20] Juan 1, 12 [21] Apocalipsis 13, 8 |
Comentarios
Publicar un comentario