LA INMACULADA CONCEPCIÓN, REMEDIO PARA LOS MALES DE ESTE MUNDO


Hola amigos de lo profetico, que estan atento a toda señal del Señor sea del pasado, presente o futuro, hoy les transcribiremos unas lineas de un blog que nos habla que la Inmaculada Concepcion de María, es una de las Señales de estos últimos tiempos.


* YO SOY LA INMACULADA CONCEPCION*


La aparición de la bienaventurada Virgen María en Lourdes se produjo en plena mitad del siglo XIX, y cuatro años después de la promulgación por Pío IX del dogma de la Inmaculada Concepción. No es un hecho casual: Lourdes es la respuesta del cielo a los males que padecía esa época, y que por cierto nosotros sufrimos todavía, por no haber querido escuchar ese mensaje.El 25 de marzo de 1858, la "Señora " que se aparecía a la pequeña Bernardita en la gruta próxima al río Gave, en Lourdes, le reveló finalmente a la joven su verdadero nombre: "Yo soy la Inmaculada Concepción ". Cuatro años antes, el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX había promulgado la Constitución "Ineffabilis Deus", que declaró a la Inmaculada Concepción como un dogma de la fe católica. En 1858, en Lourdes, la Santísima Virgen María no venía a asegurar nuestra fe. La humilde Servidora del Señor no confirmó el acto solemne del magisterio. Por el contrario, Ella le prestó sumisión, del mismo modo que ante Lucía en Fátima, el 13 de octubre de 1917, Ella había dicho: "Yo soy Nuestra Señora del Rosario ", invocación que León XIII había incluido en las Letanías de Loreto el 24 de diciembre de 1884. En Lourdes María más bien vino a confirmar que el remedio a los males de nuestro tiempo es verdaderamente su Inmaculada Concepción. El 150° aniversario de la promulgación de esta verdad es una ocasión oportuna para intentar comprender en qué nos concierne. Don Félix Sardá y Salvany no dudó en escribir en 1892: "Todo el dogma revolucionario se reduce a tres negaciones fundamentales: negación del pecado original, negación de la divinidad de Cristo, negación de la autoridad de la Iglesia. De estas negaciones resulta la divinización de la razón humana, su independencia y su pretendida soberanía. Y bien, a estas tres negaciones responde plenamente el dogma de la Inmaculada Concepción".


Una respuesta a la Revolución


"En efecto, prosigue el mismo autor, el privilegio confirma la ley. Confesar que María ha sido preservada del pecado original por un privilegio singular de Dios, es reconocer el pecado original de cada uno de los demás descendientes del primer hombre. El misterio de la concepción de María es, por lo tanto, un desmentido dado a la primera negación revolucionaria. Aún más, María obtiene ese privilegio en virtud de los méritos futuros del Redentor y para ser la digna Madre del Hijo de Dios. (...) "Admitir el dogma de la Inmaculada Concepción, es, entonces, confesar la divinidad de Jesucristo. En fin, de la divinidad de Cristo nace la divinidad de la Iglesia y la autoridad de su jefe visible, autoridad que éste ha ejercido en su plenitud al definir la Inmaculada Concepción. Admitir este dogma significa, por consiguiente, admitir la autoridad de la Iglesia que nos manda confesarlo". "El Papa Pío IX había inaugurado su obra de reacción contrarrevolucionaria definiendo la concepción in- maculada de la Virgen María —destaca igualmente Don Besse—. No hay nada más teológico ni más sabio. Los contemporáneos vieron en ello una manifestación solemne de la piedad católica. "Había algo más todavía. La Revolución se había hecho en nombre de la bondad natural del hombre, con el propósito de afirmar los pretendidos derechos que de ésta se derivan. Se puede decir que la Revolución tuvo por dogma fundamental la concepción inmaculada del género humano. "A este error era necesario oponerle la verdad contraria. El Papa lo hizo, declarando que todos los hombres estaban heridos por una caída original, de la que la Virgen María estaba exenta en virtud de un privilegio incomunicable. Esto significaba poner a la razón humana en presencia de un hecho que los teóricos de la Revolución negaban o callaban”.


La aparición de una bella


SeñoraEl 11 de febrero de 1858, Bernardita recoge leña seca a la orilla del Gave. Ha llegado delante de una gruta llamada Massabielle, cuando, en medio del silencio de la naturaleza, oye un ruido, semejante a un golpe de viento. Mira desde el lado de la ribera derecha del río, orlada de álamos, y alcanza a ver sobre el extremo del peñasco, en una especie de nicho, a una Señora que le hace señales para que se acerque. Su visión es de una belleza encantadora; la Señora está vestida de blanco, con una cinta azul, un velo blanco sobre la cabeza y una rosa amarilla sobre cada uno de sus pies. Ante esta visión, Bernardita se turba, cae instintivamente de rodillas, toma su Rosario, que comienza a rezar; y cuando la niña ha terminado su plegaria, la aparición se desvanece. Bernardita regresa a la gruta el domingo y el jueves siguientes, y cada vez se renueva el mismo fenómeno. El domingo, para asegurarse que ese Ser misterioso viene de parte del Señor, la joven le arroja tres veces agua bendita, y recibe una mirada llena de ternura. El jueves, la aparición le habla a Bernardita, solicitándole que regresase durante quince días. La joven responde fielmente al pedido, y todos los días, a excepción del 22 de febrero, contemplará el mismo espectáculo, en presencia de una multitud innumerable. El 25 de marzo, día de la Anunciación, Bernardita pregunta tres veces su nombre a ese Ser misterioso. Entonces la Aparición levanta sus manos, las junta a la altura del pecho, eleva sus ojos al cielo y exclama con aire sonriente: "Yo soy la Inmaculada Concepción".


Yo soy la Inmaculada Concepción


La simplicidad y modestia de esa niña, y después los frutos sobrenaturales que se multiplican alrededor de la gruta, son las pruebas de la autenticidad del prodigio. La aparición es apenas conocida, y ya la muchedumbre se precipita a la gruta; y mientras la muchacha es arrebata fuera de sí, los enmudecidos testigos se confunden en una misma aptitud de adoración y de oración. Las almas cristianas se fortalecen en la virtud; los hombres, enfriados por la indiferencia, son atraídos de nuevo a la fe; los pecadores obstinados se reconcilian con Dios, después de haber invocado la protección de Nuestra Señora de Lourdes. Los enfermos de todos los países piden el agua de Massabielle cuando no pueden trasladarse hasta la gruta. En consecuencia, Monseñor Laurence, Obispo de Tarbes, afirma el 18 de enero de 1862: "¡La Aparición que se ha llamado a sí misma la Inmaculada Concepción, la que Bernardita ha visto y oído, es la Santísima Virgen!". La simplicidad y la sobriedad de este acontecimiento no deben en modo alguno engañarnos sobre su importancia. Este acontecimiento recuerda aquel tercer capítulo del Éxodo, donde se relata que un pastor que hacía pastar su rebaño al pie de una montaña, vio una zarza ardiente que no se consumía; acercándose para contemplar ese fenómeno, recibió la orden de quitarse sus sandalias, pues ese lugar era tierra santa. Luego, Dios le encarga liberar a su pueblo de la tiranía de los egipcios. Moisés dijo a Dios: "¿Quién soy yo, para presentarme ante el Faraón y hacer salir de Egipto a los hijos de Israel?”.


Dios elige a los humildes


La elección de la Virgen es conforme a la de Dios, que elige siempre "lo que es vil y despreciado del mundo " (I Corintios, 1,28). El Papa Pío XI escribió el 8 de diciembre de 1933: "Así como Dios ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava, así la Reina de los ángeles y de los hombres ha puesto sus ojos en la pequeñez de su sierva María Bernarda Soubirous, llamada en el mundo entero con el agraciado nombre de Bernardita". Bernardita no conocía ni una palabra del catecismo, apenas sabía recitar su Rosario. No había hecho aún su primera comunión y, no obstante, sería ella, débil e ignorante, la mensajera de María y la que defendería su causa contra adversarios astutos y a veces brutales. Confesad que es extraño que la Virgen eligiera a "semejante bribona ", como la llamó el jefe de policía Sin embargo, la simplicidad y el buen sentido de sus respuestas manifiestan una inspiración celestial que recuerda a Santa Juana de Arco. Un religioso busca persuadirla de que es el diablo quien se le aparecía: "¡El diablo no es tan bonito!" El Padre Peyramale le pregunta si la Señora es muda, pues no revela su nombre. "¡No, puesto que ella me ha dicho que vaya a verla!" Un viajante de comercio que presenta sus mercancías para conocer el modo de vestir de la Señora, recibe esta respuesta: "¡Oh! La Santa Virgen no irá a vestirse a su tienda". En fin, a aquellos que impugnan su relato y exigen pruebas: "Yo no he sido encargada de hacéroslo creer, yo solamente he sido encargada de decíroslo". Como lo dijeron Don Sarda y Don Besse, Lourdes es una respuesta a la Revolución, en tanto expresión del dogma de la Inmaculada Concepción. Pero Lourdes es además un lugar privilegiado de lo sobrenatural y los milagros. Y a este respecto, igualmente, Lourdes es una respuesta a los males de este tiempo, pues en 1858, nos veíamos ante a una nueva y formidable herejía: el naturalismo. Nuestra Señora de Lourdes vino a derribarla.


Remedio para el naturalismo


"¡Ahí Generación incrédula, tú no quieres creer más que a la razón y a la naturaleza: para ti, has dicho, el orden de la fe y de la Revelación no es necesario ", exclamaba el Cardenal Pie en su homilía del 3 de julio de 1876, pronunciada con motivo de la coronación de Nuestra Señora de Lourdes. A su entender, el Evangelio no está bastante acreditado, el ministerio ordinario de la Iglesia no se halla suficientemente autorizado.


Prescindamos de lo sobrenatural, han dicho los hombres del siglo XIX. ¡Y bien!, he aquí que lo sobrenatural fluye, he aquí que desborda, he aquí que rezuma de la arena y de la roca, he aquí que surge de la fuente, he aquí que despliega en largos pliegues las olas vivientes de un río de oraciones, de cantos y de luces; he aquí que baja, que se precipita sobre multitudes que nadie puede contar... "Oh, hombres del libre pensamiento, vosotros no habéis querido creer ni a Moisés y los profetas, ni a Cristo y sus Apóstoles, ni a la Iglesia y sus juicios solemnes. ¡Y bien!, he aquí que, en esta garganta de la montaña, María aparecerá y hablará a una humilde niña campesina; la niña campesina contará lo que ha visto y oído. ¡Ah!, es así que el Médico celestial opone a cada uno de los vicios los remedios contrarios. Aquel que tiene en sus manos las fuentes de la gracia, y al que obedecen las leyes de la naturaleza, Dios, hará que vosotros creáis a Bernardita, y que por ella volváis a creer en Él". A la ciencia orgullosa que quiere medirlo todo según las dimensiones de la razón y que rechaza lo que no puede explicar, Nuestra Señora de Lourdes hace palpable lo sobrenatural, recuerda que para Dios nada es imposible: la fuente de la aparición pone en el camino a los extraviados, abre los oídos a los sordos, reanima a los paralíticos, cicatriza las más profundas heridas.


*Tomado de la Revista "Fideliter" nº 159
Publicado por Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina


Nos despedimos en los corazones de Jesús y María, que los colmen de bendiciones, y nos preparen para lo que venga.

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